Una máquina para lanzar papel picado reemplaza el antiguo fervor popular de tirar challa al paso de los presidentes en el Chile de hoy.

El Ford Galaxie espera para pasear por última vez al saliente presidente Piñera.

Las banderas con el rostro de Bachelet se venden a luca. "También tengo de Piñera", dice la señora ambulante.

A una cuadra del Congreso, la desigualdad sigue floreciendo.

Calles cerradas con rejas, colegios sin clases y cientos de policías apoyando el operativo.

La banda presidencial vuelve de Piñera a Bachelet. Hace cuatro años fue a la inversa. Foto: Presidencia.

Bachelet sonríe al salir del Congreso por segunda vez con la banda. Foto: Jorge Severino

Otro que sonríe es el ex ministro de Hacienda. Según él, deja nuestra economía en una posición inmejorable. Foto: Jorge Severino

A los adherentes a Bachelet sólo los dejaron acercarse luego del ingreso de Piñera al Congreso. Se trataba de evitar las pifias.

Camila Vallejo y sus jóvenes colegas buscan oxigenar a la Cámara. Ojalá no se asfixien en el intento. Foto: Jorge Severino

Evo Morales salió entre aplausos de los más latinoamericanistas de las tribunas ahora oficialistas. Foto: Jorge Severino

Las mujeres se han puesto la banda con Bachelet. Buena parte de su éxito electoral se lo debe a ellas.

Mientras, la gente común y corriente y no militante observa estas fiestas de la democracia desde lejos y sin invitación.

Alguien tiene que hacerse cargo de los desechos de la fiesta. Foto: Jorge Severino

La duda es cuánto están dispuestos a esperar los fans Bachelet para que se vayan cumpliendo las promesas.

Porque las expectativas ante el gobierno que comienza parten muy arriba. Foto: Jorge Severino

Sra. Expectativas

No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Y este martes 11 de marzo se cumplió un plazo pero también se echó a andar una deuda. La deuda de las expectativas. Y es que tras décadas fuera de La Moneda por no ganar una elección (Pinochet no cuenta porque no fue presidente sino dictador), Piñera representó lo que ahora se ve como una pausa de cuatro años. La centro izquierda retoma ahora el poder echando mano a la única carta que lo podía hacer posible: Michelle Bachelet. Bachelet le pasó la banda presidencial a Piñera. Piñera ahora se la devuelve pero pensando en recuperarla en cuatro años más. La alternacia en el poder que le llaman. Claro, la derecha todavía no se recupera del esfuerzo que tuvo que desplegar para tratar aplacar el arrastre de la ex directora de ONU Mujer. Millones de dólares en campaña, varios candidatos, depresiones, cuchillos largos. Ningún arma utilizada logró traspasar el escudo de carisma con que se blindó a si misma la ex presidenta con su el 84% de popularidad bajo el brazo. Por eso quizá el rostro de las autoridades salientes es el reflejo de una mezcla de satisfacción por el deber cumplido, con el gesto del que piensa íntimamente en lo malagradecida que puede ser la chusma inconciente. Tras este período sumergidos en una especie de sacrificado programa Servicio País, se preparan ahora para retornar a sus negocios privados cruzando los dedos para que el costo de oportunidad no les juegue tan en contra en el próximo retiro de utilidades. Claro, no faltan los malos perdedores que no entienden por qué el carisma, una habilidad blanda poco relevante frente a los números, la tecnocracia y la seudo sabiduría de las frases hechas repetidas hasta el hartazgo, puede resultar finalmente ser una fuerza tan avasalladora. No lo entienden y por eso no ganan elecciones pese al saco de plata con que las financian. Bachelet llega al gobierno sin contrapese en las urnas pero con un contrincante que puede ser más difícil de combatir aún: ella misma. O mejor dicho las expectativas que han generado en la ciudadanía las promesas de campaña que se desplegaron en la última elección presidencial. Porque será muy difícil de enfrentar la fuerza de los deseos de mayor igualdad. De que Chile sea más un país que un fundo. Sobre todo será difícil de explicar que la educación gratuita y de calidad no será posible en estos cuatro años. Que no se solucionarán los problemas graves de la salud pública ni de la segregación criminal de nuestras ciudades. Tampoco será fácil enfrentar las comparaciones con el gobierno saliente. Todos saben que las comparaciones son odiosas y que los números se pueden torturar hasta que digan lo que uno quiere. Recibe un país con baja inflación, bajo desempleo y un crecimiento económico que si bien se ha moderado en las últimas mediciones oficiales, pasaría la prueba con relativo éxito ante cualquier examinador internacional (del tipo neoliberal eso sí). Todas estas expectativas serán sus peores enemigas. Y claro, las demandas volverán a las portadas de los diarios. Porque sobre todas las cosas, Bachelet recibe un país con una industria periodística anquilosada en su duopolio y cada vez más evidente en su perfil conservador y en su propósito manipulador (Piñera gobernó sin prensa de oposición). Ahí quizá se dé la mayor prueba del gobierno que comienza. Cómo llegar a la gente que se supone que la quiere sin tener que depender de una prensa que es evidente que no. Humberto Maturana, el connotado neurobiólogo chileno dice que las expectativas jamás se cumplen y que es más sano andar por la vida sin esperar tanto de los demás. El problema es que sin expectativas no hay espacio para los sueños que promueve política y sin promesas no se ganan elecciones.