Rockódromo 2018

El rock como política pública. Suena bien. Y sonó bien entre el jueves 1 y el domingo 4 de febrero durante la 14a versión del Rockódromo organizado por las estatales Escuelas de Rock (bajo el alero del ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio), consolidándose como el principal espacio que combina propuestas emergente-alternativas con bandas consolidadas e históricas dentro del actual ecosistema de la música popular chilena. Rockódromo es un especimen nacido y criado en Valparaíso y en su capítulo 2018 se puso detrás de un cartel con el concepto “Tierra de Músicos” y se desplegó entre la plaza Aníbal Pinto y sus balcones, el Parque Cultural de Valparaíso y el Parque Alejo Barrios de Playa Ancha. Desfilaron sobre una decena de escenarios más de 50 bandas y solistas venidos desde todo Chile (Valdivia, Rapa Nui y un largo etcétera) y varios países de América entre los que se cuenta Brasil, Uruguay y México, entre otros. Rockódromo es un ejemplar único: acá pueden confluir bandas emergentes como los pascuenses de Tumu Tapu con figuras históricas como Álvaro Peña y Mauricio Redolés, pasando por bandas populares como Ases Falsos, Movimiento Original, La Floripondio y Gondwana. El evento de los balcones se mostró maduro y sin el caos de la noche en Aníbal Pinto. En el Parque Cultural de Valparaíso (Ex Cárcel) hubo espacio para los nenes en el Guagódromo y en Plaza Sotomayor, en la sede del Ministerio de Las Culturas, hubo conversa sobre la industria local (ojo con los IMUVA que van con todo) y grabaciones populares en formato voz & guitarra. Pero donde Rockódromo tuvo un acierto clave fue en instalarse en el Parque Alejo Barrios. Para quienes no lo conocen, baste decir que es la superficie plana más despejada de todo Valparaíso. Un enorme desplayo habitado por blancas porterías en canchas de tierra del fútbol amateur porteño. Playanchino para ser más precisos. Ahí, a metros de la Universidad de Playa Ancha, de la Universidad de Valparaíso y de la Escuela Naval Arturo Prat, se conformó un espectáculo rockero de primer nivel, tanto por el lado de la técnica sonora (nada que envidiar a cualquier festival en el planeta Tierra). Claro, todos acá sabemos que hacer lucir el Alejo Barrios lleno es una epopeya, pero también fue concenso en la conversa junto a los parlantes o ahora, un par de días después del off de los parlantes, que este espacio playanchino está para sacarle todo el trote rockero posible. Gran acierto el formato de escenarios principales paralelos. Mientras toca una banda, la técnica de la otra queda ok para anunciar por parlantes (mejor, así el animador no debe ser salamero) su aparición alternada. Sin baches. 30 minutos de delay. La nada misma. Impecable en ese sentido. En el otro extremo, una carpa albergó al Escenario Migrante y bandas foráneas y combinadas (como es Chile) que le sacaron brillo al escenario con shows cercanos y potentes bajo la conducción sin pose de un carismático Tevo Zonoro. Resumen: un evento cultural desde lo público, que es rockero, amplio y diverso; seguro y masivo. Y desde esta versión, en el mejor lugar de Valparaíso que pudo encontrar.