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Tra(d)ición.

Tra(d)iciones

Tradición y Traición tienen un origen común. Ambas apuntan a algo que se traspasa. En el primer caso, tradición apunta a un traspaso de generación en generación, en el segundo, traición implica el traspaso de algo o alguien pero al bando enemigo. Lo primero, un asunto deseable. Lo segundo, una infamia. En Valparaíso la Semana Santa termina con una tradición acerca de una traición, acaso la más simbólica del occidente judeo-cristiano: la del apóstol Judas. En lo sucesivo, y tras más de 2000 años, su nombre sigue siendo sinónimo de ofensa. De una cosa que no se hace: entregar a alguien al enemigo. Sobre todo considerando que el traicionado es ni más ni menos un sujeto a quien se le ha llamado el hijo de dios. El mesías. El iluminado cuyo mensaje y biografía (sobre todo en su parte final) dieron pie para el surgimiento de una cultura global llamada cristianismo. A Judas se le odia por eso. Pero hay quienes han visto en su acto “traidor” un signo de sacrificio y obediencia sin el cual, el plan no habría tenido el resultado que tuvo. En el fondo, la traición de Judas es clave para todo lo que vino después. Jorge Luis Borges lo plantea en su cuento “Tres versiones de Judas”: el apóstol aparentemente traidor no era sino el mejor amigo de Jesús. Nadie podría pedir por lado y obedecer por el otro acometer una misión tan miserable si no se es cercano y querido. Otra prueba de este enfoque menos tradicional: Judas rechaza finalmente el pago recibido en monedas porque su pago era otro: haber asumido ser una pieza irremplazablememte ruin por amor al proyecto y su líder. La tradición sobre esta traición en Valparaíso y un par de localidades próximas, consiste en la elaboración de un muñeco para ser quemado al concluir Semana Santa. Los niños de diversos barrios arman figuras y recolectan monedas para poner entre sus ropas antes de ser quemado por traidor. En un casi perfecto círculo virtuoso, las monedas que caen al suelo desde el muñeco en llamas son recogidas por los mismos nenes que se las machetearon a los adultos del barrio bajo el mantra de “una moneíta pal Judas” repetida hasta el infitito y más allá. Dependiendo de cada barrio, el Judas será la excusa para prenderle fuego a algún personaje conocido pero al mismo despreciado. Antes del sacrificio de fuego, se leen proclamas, se acusa a los traidores simbolizados y hasta se lee su testamento, en cuyo contenido se distribuyen las herencias que Judas dejó a los vecinos más llamativos del sector en clave de humor. Arderá entonces Judas como un sacrificio contra la traición. Como un sahumerio social. Pero en el fondo, todos quienes aplauden este ajusticiamiento popular, saben que en su interior conviven y pelean un héroe y un traidor. Igual que Judas, pero sin tanta mala prensa. Las fotos de esta crónica muestran dos quemas de Judas en el Cerro Cordillera de Valparaíso: la primera en el mítico auditorio Guillermo Bravo y la segunda en las afueras de la Población Obrera.

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