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Puerto de Silencio

Por Jorge Severino y César Pincheira

Sigue la cuarentena obligatoria en la comuna de Valparaíso a comienzos de julio y las calles de a poco van reflejando un cierto relajo en las medidas de confinamiento. Claro, no es el movimiento de siempre, pero tras un par de semanas de vacío, las y los porteños parecen haberle tomado el pulso al tema de los permisos sin mucho control para ir a comprar o para sacar a pasear a la mascota. El relajo paulatino viene de la mano de un creciente optimismo por parte de las autoridades santiarias derviado de las cifras de contagios de coronavirus que tienden en estos días a mostrar un mejor panorama. Claro, la experiencia de otros países demuestra que no es extraño que tras la baja se vengan encima nuevas olas del virus, en un proceso que probablemente no se detendrá sin una vacuna eficiente en el horizonte cercano. Así las cosas, en Valparaíso el comercio se resiente aún más, aunque los negocios de barrio tienen a vivir su propia y lejana para casi todos primavera. Una ciudad azotada por sucesivas crisis desde la década del 70, con una revuelta de octubre que lo pilló mal parado, hoy contempla sus calles semi vacías durante el toque de queda y con más gente de la que cualquier cuarentena decente permitiría en un país relativamente preocupado de la salud de sus trabajadores. Los porteños se guardaron como nunca antes en un mes de julio, pero la duda todavía está instalada: ¿será capaz esta ciudad empobrecida y de gente vieja de sobrellevar un desconfinamiento que se augura zigzagueante y empujado por la necesidad de sus habitantes de sobrevivir? No hay muchas razones para ser optimista en medio del silencio de este puerto que amarra como el hambre, un hambre cada vez más amenazador y próximo.

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  • # César Pincheira G.
  • # Jorge Severino D.
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