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Ofrendas para el Sacrificio

Por Jorge Severino D. / 28/11/19

Al igual que en la antigüedad, cuando las cuentas pendientes con los dioses se saldaban con sacrificios, la sacrosanta filosofía del neoliberalismo económico reclama en forma permanente ofrendas humanas para justificar la monserga del crecimiento eterno y la lógica del chorreo. Los sacrificados para las portadas de turno son hoy los habitantes de la zona de Quintero y Puchuncaví. Treinta y cuatro mil chilenos (10 mil de ellos niños) expuestos a la contaminación de un cordón industrial que con sus descargas al aire y al mar han convertido un bello paisaje costero de hace 50 años en una escenografía de película apocalíptica gris y ácida. Chimeneas gigantes, estanques de combustible, permanente olor a gas, carbón en las playas, polvo tóxico en suspensión, barcos que derraman petróleo. Y es que si bien la historia es antigua, todo apunta que la gente perdió la paciencia ante un discurso oficial y empresarial lleno de promesas pero vacío de soluciones para un grave problema que está literalmente flotando a su alrededor, invisible pero letal. Y claro, se trata de una causa a la que personas de cualquier lugar del mundo se plegaría: vivir en un ambiente limpio y que no te envenene en cada suspiro que das. Pero quienes han protagonizado las protestas contra la crítica situación que hoy vive la zona son en general personas comunes y corrientes. Dueñas de casa preocupadas por sus hijos que todos los días evidencian síntomas de intoxicación. Estudiantes agotados que no están seguros ni en el colegio, ni en la casa y en la calle. Comerciantes que han visto desplomarse la ya alicaída economía local. Pescadores artesanales que hoy sólo cosechan del mar las sombras de la que alguna vez fue una caleta generosa y colorida. Son ellos los que protestan porque no les quedó otra alternativa. Con intuición más que con mediciones en centímetros cúbicos y estudios técnicos. Con la rabia acumulada por décadas de ver morir gente envenenada lentamente a su alrededor. Todo apunta a que ellos, la gente de Quintero, Puchuncaví y sus alrededores se cansó de ser la ofrenda para saciar el hambre de un modelo de consumo y explotación del medioambiente cruje por los cuatro costados.

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