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La vida vale +

Por Christian Espinosa, Humberto Rojas y César Pincheira

Los datos están en las páginas de los diarios. Jueves 14 de mayo de 2015. Plaza Victoria. Una pistola 9 milímetros y dos jóvenes estudiantes chilenos muertos después de una manifestación alegre y colorida contra del actual modelo estudiantil y que terminó sin grandes incidentes salvo lo de siempre al final entre encapuchados, agua gas y policías. El autor de los disparos se llama Guiseppe Briganti y está encanado mientras dura la investigación. Si prospera el caso en su contra por el homicidio simple de los dos jóvenes, podría pasar en la cárcel la misma cantidad de años que lleva sobre la tierra: 20 años. No quiso hablar ante la fiscal. La noche anterior intentó esconder el rostro. Ahora ya no tiene sentido. Ya se funó. Un par de horas después de la balacera, las imágenes de su perfil en Facebook ya circulaban por internet, aunque la cuenta fue dada de baja durante esa misma tarde. En las fotos publicadas por Guiseppe en redes sociales aparece con su corte de pelo mohicano y pocas sonrisas en un rostro pálido que refleja la herencia de ancestros llegados a Valparaíso desde Europa. En otra se apoya sobre un auto frente a un Mac Donald´s en Viña del Mar. En otra foto se observa también a un tipo entrando a un auto con una pistola en la mano. El arma se parece a la que encontró la policía escondida en la casa de Briganti. También encontró 45 gramos de coca. En otra imagen de Facebook exhibe anillos y un reloj dorado. Atrás de él, una mujer sonríe. Su polola. La misma que hace algunas semanas gritaba en plena calle de Playa Ancha para que Guiseppe se metiera otra vez en su auto y dejara de amenazarse con otro vecino del Quinto Sector por un asunto de prepotencia tras el volante. Personas que observaron la tensa situación (que no fue la primera ni la última) coinciden en describir a Briganti como un tipo acelerado. “Botado a choro”. Caía mal el ruido que hacía el escape enchulado de su auto cuando iba a buscar o a dejar a su novia al block. Los testigos dicen que el jueves Guiseppe disparó desde la puerta de su edificio tras encararse con jóvenes que habían participado en la marcha. Disparó desde ahí, entre los accesos a un par de locales nocturnos, una tienda de tatuajes, una sanguchería y un kiosco. Ahí, a metros de la biblioteca Severín y el Arco Británico. Justo ahí, en la misma plaza donde miles de niños porteños se han subido durante décadas a unos eternos juegos mecánicos, las balas disparadas por un tipo de 20 años hacen desplomarse heridos de muerte a Exequiel Borvarán de 18 años y Diego Guzmán de 25 años. Todas las imágenes registradas por decenas de celulares y cámaras fotográficas sitúan a las víctimas fatales lejos de la refriega con Briganti. Algunos le llaman desgracia. Mala suerte. Acá preferimos llamarle odio. Odio y negligencia de una sociedad que se encerró en lo material y olvidó la tolerancia. Una sociedad de consumidores (no ciudadanos) que vive angustiada ante el riesgo de perder lo poco que ha podido juntar en manos de otro que ha podido juntar menos. No hay consuelo para las familias y para Chile que perdieron dos hijos de forma trágica y brutal en el contexto de una manifestación pública. Tan brutal que marca un antes y un después en esta materia. Porque si algo bueno fuera posible extraer de todo este momento amargo, una debería ser que cambie el modo en que los chilenos entendemos las manifestaciones en la calle. Que ante la intolerancia criminal evidenciada en este caso y en la que se vieron involucrados jóvenes, la sociedad entenera se ponga tras las banderas del respeto al momento de expresar ideas propias a rostro descubierto y sobre todo del respeto por las ideas ajenas. El sector se llama Plaza de la Victoria. Ahí Exequiel y Diego perdieron su vida por creer en la expresión pública de las ideas y el derecho a usar libremente las calles para manifestarse. Si tras su muerte, como país no podemos abrazar esa visión democrática y respetuosa del otro, y vemos repetirse tragedias similares, definitivamente deberíamos cambiarle el nombre a Plaza de la Derrota y ponerle doble llave a la puerta de la vergüenza. Que ello no ocurra es deber cotidiano de todos nosotros.

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  • # César Pincheira G.
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