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Joya Robada

Por Pablo GaeteM.

Valparaíso respira con dificultad. El paso del tiempo se ha dejado ver entre los cerros y calles de una ciudad, que, en un pasado no muy lejano, rebosaba de alumbradas avenidas y una activa vida nocturna. Hoy, el deterioro se ha hecho cada vez más evidente: la piel del puerto se seca y cae lentamente a pedazos; sus calles se desencajan y llenan de hoyos. Un virus de tonos grises que invade a los porteños día a día y que recorre los rincones de una abandonada Joya del Pacífico. Lo que fue Valparaíso vive en la memoria de los más longevos de la ciudad puerto. Recordar cómo era la vida en aquellos años de juventud, pasó a ser es un acto de nostalgia. Un efecto de pastillas para mantener vivo lo que significaba ser porteño. El puerto tenía vida; respirar el ambiente de la ciudad era como estar de carnaval. Sus habitantes transitan hoy descontentos. De sus bocas se escuchan frases como “el puerto está muerto”. La mala fama de los malos olores que la envuelven se ha posado sobre la ciudad. La basura se acumula en los cerros cuyas escalas se llenan de marcas de más de alguno que mojó la pared por no aguantar el trayecto. Valparaíso vivió una evolución sorprendente durante 2 siglos. Luego se quedó estancado durante un largo período. Los cerros no eran como ahora, maquetas para el turismo. Antes de la metamorfosis amarga, estuvo menos rayado, con menos basura, con menos todo. El tiempo se transformó en el deterioro que hoy en día quiebra el puerto. Ahora nadie hace nada. El porteño deja que todo fluya, que siga el cauce natural mientras su tierra se cae a pedazos. El peligro se asoma constante. Del cielo, en ciertas esquinas, cuelgan bordes sueltos, vidrios y balcones, que, de un momento a otro, pueden caer ruidosos, impactando no solo en el suelo, sino que, de cualquiera que transite sin percatarse del riesgo que corre. La pared de adobe y madera sucumbió. Un martes 13 de agosto, cerca de las 20:00, Valparaíso se vio envuelta en gritos, incertidumbre y terror. Aldunate con Huito, calles en las faldas del cerro Bellavista, fueron testigos de cómo se quebraba y caía desde la altura el piso de una de las viviendas que sostenía la escalera Múnich. Aquella noche, el detrimento cobró la vida de seis personas, siendo el centro de atención de este latente temor que persiste en la boca de los porteños y de las viviendas que cuelgan de los cerros, sin percatarse que en un abrir y cerrar de ojos, otro pedazo caerá del cielo. Actualmente, la ciudad se siente sucia. Para el porteño, la autoridad dejó de tener voluntad. Esa voluntad se perdió desde los 90’. El poco interés se transformó en rutina. El agua estancada reposa en las hendiduras del suelo, desde las alturas se desmoronan los techos. Las catástrofes han rondado últimamente la ciudad. Un Valparaíso que dejó de estar preparado para sus propios habitantes. La cultura de la ciudad ha caído con el tiempo, y ante cualquier eventualidad, dejaría de verse tal cual es: su pobreza al desnudo. Una tierra dañada que quedó abandonada, tal como sus habitantes, es como respira actualmente la ausente Joya del Pacífico.

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  • # César Pincheira G.
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