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Antofagasta hoy

Fiebre del Norte

Por César Pincheira G.

Antofagasta estaba dormida pero despertó. Y el despertador fue de cobre. El boom del precio del metal rojo ha convertido al norte de Chile en el motor de la economía nacional y tierra prometida para muchos. Porque claro, donde hay dinero, la gente llega con ganas de llevárselo para la casa. Sobre todo cuando la casa queda lejos. El precio del cobre es el responsable -igual como lo fue en su momento el salitre- del virtual despoblamiento del campo chileno de mano de obra juvenil. Es que no hay dónde perderse en la distancia de los salarios. Si no creen, pregúntenle a las empresas constructoras: los antiguos obreros de la contru hoy son trabajadores del sector minero en el norte, lo cual explica por qué los sueldos de los maestros del serrucho han crecido con tanta fuerza. Pues bien, en medio de todo este boom, la ciudad de Antofagasta representa una especie de nueva California para el chileno promedio que ve tele y escucha de sueldazos y bonos millonarios que no se ven en otras zona del país. Antofagasta es hoy otra ciudad respecto de la que existía hace 20 años. Su aeropuerto luce lleno todo el día. Ahora hay un mall en el borde costero con tiendas exclusivas y muchos autos del año circulando por sus calles. Desde el aire, la ciudad hace rato que superó sus límites históricos. Pero Antofagasta no es sólo la tierra prometida para el chileno promedio. La voz ya se corrió por todo el continente y el mundo: acá hay cobre y por eso hay plata, y con esa motivación en mente, se han dejado caer aquí miles de extranjeros de países vecinos y no tanto, lo cual ha provocado un verdadero sacudón cultural en la ciudad que también ha impactado a sus habitantes históricos. En Antofagasta hoy, la colonia residente que la lleva es la colombiana y uno puede encontrarse con ésta en cada calle, en cada comercio y en cada bar. De este modo, a la histórica presencia de hermanos bolivianos (esto era de ellos hasta antes de la Guerra del Salitre, también llamada Guerra del Pacífico), peruanos y argentinos, el arribo de los migrantes cafeteros ha aportado un enorme colorido a la ciudad y se nota. Pero no todo ha sido fácil. Ni para los extranjeros migrantes ni para los antofagastinos clásicos. Los primeros han enfrentado ciertas dosis de xenofobia y resquemor por parte de la población local (no es tan extraño leer rayados en las paredes contra su presencia aquí). Los nativos, al frente, sienten que les cambiaron la ciudad. Un ejemplo: si bien siempre la minería y sus derivados estimuló el comercio local, hoy florecen decenas de locales nocturnos donde la fiesta con ritmos de Colombia se prolongan de lunes a sábado y hasta muy tarde y con la música muy fuerte. La noche de Antofagasta nunca fue muy tranquila, pero hoy -sienten los habitantes antiguos- recorrer muchas zonas del centro sin luz natural puede derivar en una experiencia trágica o al menos indeseable. Otra postal: ya se hizo costumbre que en las afueras de las oficinas de extranjería pernocten durante la noche decenas de colombianos a la espera de conseguir papeles que les permitan trabajar en regla o acceder a ciertos apoyos estatales a los que tienen derecho como inmigrantes en nuestro territorio. Así las cosas, la capital de la segunda región vive hoy un momento clave en su historia, intentando aprovechar el buen momento de la minería y asumiendo las consecuencias económicas y sobre todo sociales de este período de vacas gordas, que en todo caso los expertos coinciden en que está llegando a su fin. Y cuando las razones para instalarse en una ciudad disminuyen o dejan de existir, aparecen otros problemas ocultos -sobre todo de intolerancia y racismo ante el extranjero- que pueden convertir un paraíso rápidamente en un infierno.

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