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Alegría Amarela

Por César Pincheira G. / 6 de marzo de 2018

Brasil es el país más grande de Sudamérica y el quinto más extenso del planeta. Casi 210 millones de personas. Pentacampeón de la Copa del Mundo de la FIFA. Tierra de Roberto Carlos, las caipiriñas, la carne a la espada, el vino chileno caro y las favelas. Un mundo paralelo a Latinoamérica que abarca la mitad de todo el territorio del Cono Sur. La primera frontera inmaterial: el idioma. Producto del Tratado de Tordesillas, Brasil quedó desde 1494 bajo el alero de Portugal y su lengua, generando una distancia cultural crítica respecto del resto del continente. Su territorio es tan extenso que incluso dentro del país las diferentes zonas geograficas definen formas de vida, formas de expresión cultural y hasta el color predominante en la piel de sus habitantes. Porque si bien es el fútbol y la camiseta amarilla el elemento común de todos los brasileños, la zona caribeña del norte, el corazón amazónico, la costa atlántica central y el sur verde y ganadero son en sí mismos países dentro del país. Esta crónica contiene fotos hechas en el centro sur. En el Estado de Santa Catarina. Tierra turística por excelencia en la costa. Cuna del ahora mítico club de fútbol Chapecoense, cuyo plantel profesional desapareció prácticamente completo tras un accidente aéreo en Colombia. Son fotos de la mejor época de los brasileños: el Carnaval, que detiene al país en un jolgorio que si bien tiene su epicentro en Río de Janeiro, Salvador de Bahía y Sao Paulo, se extiende por todo Brasil, mezclando música, baile, camiones acondicionados como escenarios y sobre todo miles de litros de cerveza durante cuatro días en los que todos los canales de televisión no saben hablar de otra cosa que los blocos y escuelas de samba. Paradójico: por fuera los brasileños lucen deshinibidos, hedonistas y amantes de la juerga. Por dentro, Brasil, a la luz de las cifras, sigue siendo un país profundamente conservador y muy marcado por el influjo de la iglesia católica y más recientemente de las iglesias evangélicas. Pero más allá de ello, ni siquiera el inquietante brote de fiebre amarilla en el centro y norte del país y su centenar de muertos logró eclipsar el ánimo de los brasileños que se tomaron las calles para celebrar. Claro, un par de días después de las celebraciones, los empleados públicos ya convocaban a un paro contra las políticas del cuestionado presidente Michel Temer, quien llegó al poder tras un polémico proceso de destitución contra la presidenta Dilma Rousseff. Y aunque ya lo dijo Charly García, cuando reclamaba que la alegría no es sólo brasilera, hay que decir que este pueblo le lleva ventaja al resto del orbe en materia de actitud frente a la vida. Un espíritu que en verano y en los días de carnaval, florece y brilla.

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